sábado, 21 de marzo de 2020

Saldrá el sol




Autora:
Marcela Mardones

Los gritos angustiados de la niña Sol resonaban fuerte dos celdas más allá. Me llevaron con ella “a ver qué podía hacer”.

A través de la escotilla, extendí mis manos. Frágil y asustada, desde un rincón de la jaula oscura, se acercó. El tacto fue el lenguaje, los corazones emanaban, recibían: eres valiosa, valiente, esto es temporal, es temporal… 

Su suspiro tranquilo me hizo dar gracias al cielo. “Ahora la contención la damos nosotras”, dijo al llegar la paramédico, sentándose con las celadoras a jugar cartas. Mientras a mí me encerraban, la niña Sol reanudaba su lamento.

Matero








Autor:
Rafael Navarrete


Un simple matero con su bombilla puede ser para algunos solo un objeto, un accesorio,  tal vez una decoración,  pero en el lugar donde estoy, es mucho más que eso, pasa de ser un artículo común o banal, a algo vivo y respetado, pues reúne a los hombres a su alrededor, expía sus culpas, se transforma en su amigo, escucha atentamente las conversaciones mientras lo manosean, lo llenan con agua y hierba, para vaciar. 

Cada cargada de hierba mate es una historia, es una liberación de los pensamientos,de los que se suponen son “malas personas”.  Ahí, desnudando sus conciencias, se sienten libres en el metro cuadrado, se sienten iluminados por unos minutos entre tanta oscuridad. 

El matero se convierte entonces en un infaltable diario de la rutina presidiaria, escuchando sus problemas, sueños, aspiraciones, secretos profundos,  jamás antes contados, alegrías y penas que se escurren cada vez que se vacía el agua buena, para volver a llenarse en la siguiente ronda, y así,  volver a empezar.

Ay mi matero psiquiatra, serás muy difícil de olvidar.

Pies de niño en la nieve




Autor:
Axel

Siendo la fecha 3 de septiembre, quisiera confesarte algo, siempre he vivido mi vida momento a momento, sin importar quizás lo que me pueda pasar a mí o a los que me rodean. Empecé a delinquir en 2002, cuando tenía 10 años por causas tal vez inexplicables.

Nací en Suecia y hasta esa edad nunca me faltó nada, pero un día a mi padre y a mí nos echaron a la calle en pleno invierno sueco, con 30 grados bajo cero y con la nieve hasta las rodillas. 

Ese fue el “empujón” que hizo que el robo se convirtiera en mi escape.  Empecé robando para comer y terminé siendo un joven pandillero buscado por la interpol. A la fecha tengo 27 años y llevo 6 años preso. De mi vida de adulto he estado en el medio libre 6 meses y luego 18 meses y el resto del tiempo tras las rejas.

Hasta enero de este año no me importaba nada y solo quería robar, tener cosas y dinero, pero conocí a Cristo y ahora solo quiero compartir con todos lo que el puede hacer en la vida de uno. Ya no quiero volver a lo mismo que solía hacer, sino que mi anhelo es poder servirle a él como agradecimiento por todo lo que él hizo por mí.

Busco mi oportunidad para poder reinsertarme a la sociedad y quizás poder traspasar lo que he vivido como una enseñanza a futuras generaciones que el amor de Cristo nos llevará a la vida eterna, ya que el murió por nosotros para que no fuéramos esclavos de nuestros pecados.

Dios bendiga a quien sea que llegue a leer esto. Solamente cree en Cristo y serás salvo tú y tu casa.

Vergüenza




 Autor: 
Rafael Navarrete

Como toda persona normal fui criado para ser un aporte a la sociedad pero la vida y sus caminos te llevan por lugares reconditos y oscuros, tal vez para adquirir sabiduría através de las experiencias. Cometer un delito es como equivocarse, pero siempre está la opcion de remendarlos.

Pise la carcel a los 33 años esperando salir de ahí en 60 dias, pero el dictamen del juicio en manos del hombre se transformaron en 6 años. Ante ese escenario me di cuenta que quien sufre no es uno, si no quienes te quieren y te apoyan incondicionalmente, como la familia y algunos amigos. Tuve que adaptarme y luchar para sobrevivir en un lugar donde se presume es el infierno constante e inminente, pero a pesar de eso descubri que no era tan fatal como lo pintaban ya que ahi encontré personas con mucho valor humano y espiritual, que por sus propias experiencias de vida, mucho más desafortunadas que la mia, cayeron aquí más de una vez. Me di cuenta que uno no es delincuente porque quiere, sino porque las circunstancias de la vida te arrastran hasta all.

Por la falta de oportunidades´para estudiar y la violencia familiar, un niño inocente crece para transformarse en un hombre culpable. Culpable de no tener para comer. Culpable de no conocer el valor de trabajar, culpable de querer sobrevivir...

Ahora siento que es la sociedad la que los conden a tener ese infortunio, cuando se le negó la posibilidad de entrar a un buen colegio, cuando su padre borracho golpeaba a su madre y los abandonaba, o cuando quiso tener comida en la mesa y tuvo que robarla.

Es la sociedad ciega que nos ve nos juzga y nos condena y es esta también la que nos cierra las puertas para reinsertarnos a ella misma, criticándonos solo por haber estado aquí una vez, negándonos la posibilidad de trabajar para vivir exigiéndonos un papel de antecedentes en blanco a cambio de un contrato de trabajo que nos permita no volver a delinquir. 

Es la sociedad ciega la que no nos quiere ver surgir dejándonos en lo más oscuro de sus vergüenzas. Vergüenza de no ser humanos ni empáticos con quien pide una segunda oportunidad. Vergúenza de no afrontar el problema, vergúenza de nos ser capaz de solucionar, solo capaces de enterrarnos en vida y olvidarnos.

jueves, 19 de diciembre de 2019

Mi mamá es un teléfono

                               
 Autora:
 Marcela Mardones


Me llamo Alba, voy a cumplir 15 años y mi mamá es un teléfono. En realidad es mucho más que eso, pero en esta etapa de nuestras vida, la mayor parte del tiempo es un teléfono.

Cuando llego del colegio por las tardes, busco dónde está para tenerla ubicada en caso de que quiera sonar. Digo dónde está, porque ella es un teléfono inalámbrico, de los de casa, de los que ya casi nadie tiene.

A veces suena en los momentos más inoportunos: cuando estoy viendo mi serie favorita con mis cereales recién servido o cuando estoy chateando con mis amigos o cuando estoy lista para desayunar unas quesadillas calientitas. Ella me dice que le diga con confianza si no es buen momento, que no le importa si solo hablamos un hola y chao, que ella es feliz si sabe que estoy entretenida u ocupada en mis cosas. Yo sé que lo dice en serio, pero igual me da un poco de pena cortarle altiro, porque no puedo decirle que espere, porque no puedo devolverle la llamada…porque mi mamá está en la cárcel.

Así es como mi mami-teléfono me hace volar escaleras abajo para alcanzar a contestar o salirme a la mitad de la ducha y llegar estilando a la pieza. Por eso de pronto me la llevo al baño, a la cocina, al patio. Los días más difíciles me la he llevado a escondidas hasta la cama y me he dormido abrazándola aunque sé que a esas horas no sonará, solo hasta el día siguiente cuando quiten el cerrojo de las puertas. En esas ocasiones yo le hablo, lloro un rato a veces y hasta le cuento cosas que si de verdad me estuviera escuchando, no le diría. Cuando he tenido rabia o frustración incluso le he gritado un par de cosas y la he lanzado con fuerza, aunque en la cama, para que igual caiga blandito.

De vez en cuando mis hermanos mayores me la arrebatan. Yo con esfuerzo me desprendo de ella y un poco celosa los veo hablar, reír y a veces llorar y en realidad, me gusta saber que alcanza para todos. Igual los vigilo con celos y cuando la sueltan vuelvo a dejarla en un lugar seguro, al alcance de mis oídos.

Mi mami, la extraño. Extraño el tiempo en que era de carne y hueso todo el día, todos los días y no solo horas dos veces por semana. Es verdad que muchas veces no quería hablar con ella y me cansaban sus disimuladas preguntas para querer saber todo de mi vida preadolescente, pero saber que estaba cerca, a mi alcance, me hacía sentir tranquila y segura.

Es cierto que aun ahora, siendo un teléfono, sigue muy presente en mi vida porque además de teléfono es también mi almohadón gigante tejido a crochet en el que me acuesto, un cojín sobre el que sueño, una muñeca a la que abrazo y una cobija que me abriga. Está en mí también como anillo. Como pulsera o como koalita en el cierre de mi mochila…

Sé que ella está conmigo más que muchas mamás de niños que conozco, pero a veces eso no es un gran consuelo. Ya van más de dos años… ¿Cuándo me la devolverán?